Querida
Dama Blanca…
¿Recuerdas
que quedamos en escribir una carta de amor?
Lamento
un poco que no tuviéramos tiempo de tirarnos con nuestra actitud
intelectualoide, un café y hartas ideas para hacer el amor con letras que
eleváramos al cielo con la ilusión que al igual que el vapor, un día se
condensaran y llovieran gotas de romance y salpicaran con sus conceptos a todo transeúnte,
recuerdo que querías que escribiéramos lo que era ese amor verdadero como si se
tratara de lo más íntimo en los huesos del hombre, esa sustancia mítica que los
hace a todos iguales y a la vez nos empuja a pensarnos únicos. Pero no pudimos,
y al igual que siempre, terminé por abrazar y besar tu espalda mientras discerníamos
sobre el único amor verdadero del que hablo desde los años que el amor dejó de
ser un sentimiento y se volvió tan complejo que envolvía poderes sobrenaturales
que jamás entendía, si, hablábamos de esos amores que evolucionaron en ideales
y que siempre iban dirigidos al mismo nombre, ese nombre que hace de mi
historia una ruta satelital que orbita el campo gravitacional de un astro que
jamás he de tocar, ese nombre que ahora en mi subconsciente cumple la función
de ser quién es y con una entonación casi quebradiza en mi boca es suficiente
para invocar a la memoria del ser cuasi divino que me muestra el orden del
cosmos y a la vez me encierra en el caos de mi mente en soledad, porque, ¿qué
puede confundir más a un hombre que una maraña de caminos si no es hacerlo un
ente sin la capacidad de discernir entre una maraña y un camino? Como sea, ahí,
fundidos en nuestra indiferencia por el pudor público y los buenos modales,
dábamos cátedra desvergonzada de recuerdos dañinos, y como si fuéramos arqueros
troyanos afinábamos cada palabra para que quienes envidiaban nuestra postura
supieran de lo que hablábamos, y más que entenderlo, lo sintieran, les llegara
hasta detrás del pecho y se encarnara en ellos como las flechas de Diana en
Orión. Si, algo en mí quería que ellos también sufrieran lo que sufro cuando me
acuerdo de la otra dama, aquella, la niña de siempre.
Pero
estabas ahí, diciéndome que aunque te irías yo debía de aprender a saborear mi
dolor, disfrutar incluso en mis momentos dolorosos porque… cuando yo sea el
momento doloroso no lo podré sentir. Y no estoy seguro si nuestro cariño
reacciona mejor cubierto de muerte, pero por ese instante lograste colocar en
mis labios la esperanza que mis otros seres queridos buscaban hacerme profesar,
y cubriendo nuestra lluvia de romance con un húmedo dolor, con la humedad del
bochorno humano y la humedad destilada del tequila, irónicamente yo te empujaba
para creer que no existe el fin del mundo, no porque nunca se acabe, sino
porque jamás ha tenido dirección mayor a la que le damos.
Y
quedamos de hablar de amor, era raro que el marco teórico que teníamos al
alcance era un contexto de complejos sociales, leyes aduanales, ciencias
metafísicas y un par de recetas de cocina, quizá eso de la comida era lo más
acertado porque cuando las garnachas te queden lejos, cuando la salsa por la
que felicitabas a la señora de las quesadillas, la misma que te miraba como si
fueras el espectro desquiciado de una niña fantasma que se revelaba a media
noche para asustarla, diciéndole lo que nadie le dice y sólo ella sabe, cuando
te quede lejos ese maíz con aceite, frijoles y especias, y más lejos el agave o
el perro que se rinde ante tus dedos tras las rejas, cuando te entre la
nostalgia, quizá ahí te vuelvas a acercar a nuestra idea del amor nutriente y
engordador.
En
tres días voy a cumplir años, y tú cumplirás también aniversario del día en que
partiste, ¿no es gracioso? Como si ese día que regresaba a mi casa sobre
nuestra bicicleta, porque aunque nació en mi familia siempre la consideraré
tuya, porque te despeinaba, porque hacía que acariciaras el viento, porque te
hacía ser una ráfaga. Si, sobre esa saeta roja tendría la visión de que mis
festejos serían más que agradecer por los regalos, una especie de ruego por no
perder más.
Y es
que a partir de entonces se acabarían los cumpleaños de vida y vendrían los de
sobrevivencia, ¿Sabes? Ella lo conoció por esos días, y en esas fechas después
se amaron, y cuando pasó otro año mi familia enfermó, y ella me tuvo un poco de
lástima, la suficiente para esconderse, y al siguiente aprendió a no sentir
piedad y entonces me escondió, por eso ya ella no llegó al siguiente. Pero este…
Llegamos menos, te confieso una vez más que hubiera preferido no haber llegado
también.
Pero
quedamos de hablar de amor, ¿no? Y no sabemos tanto de ello como los sabios
tendrían que hablarlo, entendemos el fracaso de nuestra madurez frente a
nuestros sentimientos, entendemos de la fragilidad de la vida, del eco de la
soledad, sabemos de estar perdidos en el mundo y verlo perdido sin poderlo
salvar, y ahí seguimos, llorando nuestras pérdidas en el fin del mundo, con ese
temor de que nunca se acabe de terminar. Y luego, al llegar a casa, reírnos como
si no fuera la última risa estando juntos.
¿Y si
el amor es perder? Como si nos demostrara que hay algo que no se desmorona pese
a que pierda cada parte, en serio, como si después de enfrentar a ese dios
malvado que arrebata la esperanza y la vida. Como si en medio de la tormenta
más oscura en la noche del alma hubiera un faro apagado, un faro inservible
para los barcos pero que a un hombre le ofrece un techo. ¿El amor es lo que en
la guerra nos hace correr de los bombardeos para llegar a casa? ¿Para qué? Creo
que para que a quien amamos nos vea llegar, aunque no nos ame por no perdernos.
Quizá eso que no escribimos juntos era porque… A donde vayamos, seguiremos
solos, pero seguiremos amando, seguiremos siendo nosotros para que quienes nos
aman nos vean llegar, no sé, como si fuéramos amor, como si fuera nuestra esencia
y las palabras no son amor sino amorosas, y nuestra carta no hablaba de amor,
sino de nosotros, de tus recuerdos, de los míos, de nuestras familias, de
nuestras pérdidas, que si bien esas pérdidas no nos mataron por completo, hubo
un momento que esas pérdidas éramos nosotros. Quizá crecimos, y por eso aún
estamos aquí.
¿Aún
quieres que hablemos de amor?
Querida
Dama Blanca, no hablemos de amor como si sólo fuera un recuerdo.
Te
quiere Abraham.
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