miércoles, 12 de marzo de 2014

Porque me he permitido tener una fantasía.

Balam… Palabra que para algunos significa jaguar, y para otros, nos habla de un ser divino.

¿Cómo podría describirla, si no es como una divinidad? Quizá porque más que una persona, más que una mujer, en mí se hizo significante en un pensamiento. No puedo hablar de ella sin pensar en su avanzar felino sobre el sitio que ocupaban mis sábanas, mismas que arrojó antes de dirigirse ante mí como asechando la más congelada de sus presas, como si me tratase de la única ave que no pudo volar, como si me tratase del quetzal aterrado e intrigado por su mirada, por el ritmo de sus caderas cuando recorre cada medida sobre mi cama acercándose. Los jaguares tienen esas patas acolchadas que los convierten en criaturas del sigilo, seres silenciosos que solo pueden ser percibidos cuando ya explotaron en ataque sobre uno, no obstante ella es lo contrario y lo mismo a la vez. Ella captura toda la atención para petrificarme, a pesar de que el sonido de sus rodillas sobre el colchón son mudas, provocan en la vista un enorme escándalo; anuncian con fanfarrias que seré su presa, su alimento, y que no desea más que saborearme, sabrán los dioses en qué medida. Y si es cierto lo que los mayas creyeron, como buena presa de sacrificio seré regocijado en un más allá extremo placentero. Y si es cierto eso, como buena presa de sacrificio, no soporto la espera por el momento que ella, Balam, comience a devorarme.

Su nariz apenas se acerca a una de mis rodillas e inhala cuanto perfume de feromonas se apresura a cosechar mi cuerpo, mi pulso me revela que lo hago rápido, mi carne está lista, se que usualmente nosotros somos los cazadores, pero el sentirme presa suya no me hace menos, porque nosotros perseguimos bestias por hambre, y las deidades cazan almas por deseo.

Un colmillo suyo aprieta su labio inferior y lo hace latiguear discretamente, su ceño se frunce sin enojo y después hace una seña con su ceja que me indica que la diosa me ha aceptado. Caigo rendido, no esperaba realmente que una noche de versos terminara en esto, no imaginé que pudiera hacer lo que solo los maestros brujos lograban, invocar a los espíritus, a las fuerzas naturales, al instinto predador que en ella se hacía dormido, a ese salvajismo que bajo su dulce sonrisa habría de esconder el cuerpo cálido que escala sobre el mío ahora.

Mi mirada se pierde en lo alto de un techo que para mí ahora es el único firmamento, un espacio vacío en el que no puede perderse también mi pensamiento; mis ideas, mi mente, mi consciencia, se encuentran más cerca de mí que nunca, se encuentran repartidas en mi cuerpo, sintiendo los pasos de lo que su delicado toque aprieta sobre mí, pisadas y recorridos que no desgarran la piel, sino que la perfeccionan.

Su respiración en mi cintura canaliza toda mi consciencia a esa zona, mi sudor se enfría y las pupilas se contraen, mi cuerpo reacciona como el pueblo abatido entregándose a su destino, me entrego a quien ahora posee mi atención entera. He visto a los felinos beber y usar su lengua haciendo que los sorbos de eternidad vayan a ellos, también los he visto encariñándose con lo que cazan y jugándolo a arrojarlo y atraparlo con sus garras, mirándolo atentamente y después atacarlo. No necesitaba imaginarlo, solo sabía que al igual que un trofeo, ella me tenía y yo no quería ser de otra apersona, ni de otro lugar.
Ignoro el tiempo que está transcurriendo, mientras acaricio su cabellera pueden pasar minutos o años, solo sé que su beso me hace sentir mi edad. Con una gran sonrisa recibo su presencia un poco más arriba, ha escalado en un abrazo y me tiene completamente atrapado, mi instinto me hace luchar con ella, pero contradiciendo la supervivencia, mi lucha es para que no se aleje, para que continuemos juntos, para seguir siendo suyo.

Entre giros y caricias he colocado un beso en cada parte de su piel, de modo tal que las huellas coincidan con las manchas características de su especie, en represalia ella me araña, me muerde, me sacude y eriza. Es una extenuante batalla, que dejará heridas privadas, heridas que en la intimidad curan otras de mi alma maltratada.

Es mi victoria, el acto que redime mis viejos errores, viejos tropiezos y más antiguo a ello, mis viejos deseos. Es ella quien me abraza ahora y consume con su calor quien me hace un testigo, un creyente y fanático de su existencia, que ahora da testimonio que en las sombras hay un ser divino, que entre sonidos de ronroneos me roba el alma y la voluntad, que me escala y derriba, que me gruñe y que me estima, una criatura felina que me aprieta y me mira, que respira sobre mi boca y hace de la oscuridad su hogar, que me explica con sus movimientos el porqué es nocturna, el porqué es divina.

Siento su presión, si este es el calor del infierno pronto podría acostumbrarme, a sus castigos, al modo en que me sacude y se estrella contra mí, a la textura de sus hombros que al besarlos le hacen voltear a verme,  a sus ojos que me piden que continúe y a mi entrega que decide no cansarse de ella. No intento domarla aunque parezca ahora lo contrario, quiero entrar en ella cuanto sea o no posible, como para regresar a la tierra al mar o a cualquiera que sea nuestra naturaleza, y si esa es manifestación del fuego, quiero entrar en ella como guerrero, vaciarme por completo de sangre y voluntad, vaciarme en ella.

Nuestras mejillas se han reunido, nuestros cuellos se vuelven continuos destinos en los viajes de nuestros labios y los ronroneos se convierten en un par de retumbantes rugidos, mientras yo en ella plantaba la semilla de mi presencia, ella en mi sembró la suya del coraje. 


2 comentarios:

  1. Mmm creo que este caso no se contraen las pupilas... Se dilatan... Un saludo y muy interesante..mientras te diviertaas

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  2. Ya no quiero que me sigas, me incomodas.

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