Balam… Palabra que para algunos significa jaguar, y para
otros, nos habla de un ser divino.
¿Cómo podría describirla, si no es como una divinidad? Quizá
porque más que una persona, más que una mujer, en mí se hizo significante en un
pensamiento. No puedo hablar de ella sin pensar en su avanzar felino sobre el
sitio que ocupaban mis sábanas, mismas que arrojó antes de dirigirse ante mí
como asechando la más congelada de sus presas, como si me tratase de la única
ave que no pudo volar, como si me tratase del quetzal aterrado e intrigado por
su mirada, por el ritmo de sus caderas cuando recorre cada medida sobre mi cama
acercándose. Los jaguares tienen esas patas acolchadas que los convierten en
criaturas del sigilo, seres silenciosos que solo pueden ser percibidos cuando
ya explotaron en ataque sobre uno, no obstante ella es lo contrario y lo mismo
a la vez. Ella captura toda la atención para petrificarme, a pesar de que el
sonido de sus rodillas sobre el colchón son mudas, provocan en la vista un
enorme escándalo; anuncian con fanfarrias que seré su presa, su alimento, y que
no desea más que saborearme, sabrán los dioses en qué medida. Y si es cierto lo
que los mayas creyeron, como buena presa de sacrificio seré regocijado en un
más allá extremo placentero. Y si es cierto eso, como buena presa de
sacrificio, no soporto la espera por el momento que ella, Balam, comience a
devorarme.
Su nariz apenas se acerca a una de mis rodillas e inhala
cuanto perfume de feromonas se apresura a cosechar mi cuerpo, mi pulso me revela
que lo hago rápido, mi carne está lista, se que usualmente nosotros somos los
cazadores, pero el sentirme presa suya no me hace menos, porque nosotros
perseguimos bestias por hambre, y las deidades cazan almas por deseo.
Un colmillo suyo aprieta su labio inferior y lo hace
latiguear discretamente, su ceño se frunce sin enojo y después hace una seña
con su ceja que me indica que la diosa me ha aceptado. Caigo rendido, no
esperaba realmente que una noche de versos terminara en esto, no imaginé que pudiera
hacer lo que solo los maestros brujos lograban, invocar a los espíritus, a las
fuerzas naturales, al instinto predador que en ella se hacía dormido, a ese
salvajismo que bajo su dulce sonrisa habría de esconder el cuerpo cálido que
escala sobre el mío ahora.
Mi mirada se pierde en lo alto de un techo que para mí ahora
es el único firmamento, un espacio vacío en el que no puede perderse también mi
pensamiento; mis ideas, mi mente, mi consciencia, se encuentran más cerca de mí
que nunca, se encuentran repartidas en mi cuerpo, sintiendo los pasos de lo que
su delicado toque aprieta sobre mí, pisadas y recorridos que no desgarran la
piel, sino que la perfeccionan.
Su respiración en mi cintura canaliza toda mi consciencia a
esa zona, mi sudor se enfría y las pupilas se contraen, mi cuerpo reacciona
como el pueblo abatido entregándose a su destino, me entrego a quien ahora
posee mi atención entera. He visto a los felinos beber y usar su lengua
haciendo que los sorbos de eternidad vayan a ellos, también los he visto
encariñándose con lo que cazan y jugándolo a arrojarlo y atraparlo con sus
garras, mirándolo atentamente y después atacarlo. No necesitaba imaginarlo,
solo sabía que al igual que un trofeo, ella me tenía y yo no quería ser de otra
apersona, ni de otro lugar.
Ignoro el tiempo que está transcurriendo, mientras acaricio
su cabellera pueden pasar minutos o años, solo sé que su beso me hace sentir mi
edad. Con una gran sonrisa recibo su presencia un poco más arriba, ha escalado
en un abrazo y me tiene completamente atrapado, mi instinto me hace luchar con
ella, pero contradiciendo la supervivencia, mi lucha es para que no se aleje,
para que continuemos juntos, para seguir siendo suyo.
Entre giros y caricias he colocado un beso en cada parte de
su piel, de modo tal que las huellas coincidan con las manchas características
de su especie, en represalia ella me araña, me muerde, me sacude y eriza. Es
una extenuante batalla, que dejará heridas privadas, heridas que en la
intimidad curan otras de mi alma maltratada.
Es mi victoria, el acto que redime mis viejos errores,
viejos tropiezos y más antiguo a ello, mis viejos deseos. Es ella quien me
abraza ahora y consume con su calor quien me hace un testigo, un creyente y
fanático de su existencia, que ahora da testimonio que en las sombras hay un
ser divino, que entre sonidos de ronroneos me roba el alma y la voluntad, que
me escala y derriba, que me gruñe y que me estima, una criatura felina que me
aprieta y me mira, que respira sobre mi boca y hace de la oscuridad su hogar,
que me explica con sus movimientos el porqué es nocturna, el porqué es divina.
Siento su presión, si este es el calor del infierno pronto
podría acostumbrarme, a sus castigos, al modo en que me sacude y se estrella
contra mí, a la textura de sus hombros que al besarlos le hacen voltear a
verme, a sus ojos que me piden que
continúe y a mi entrega que decide no cansarse de ella. No intento domarla
aunque parezca ahora lo contrario, quiero entrar en ella cuanto sea o no
posible, como para regresar a la tierra al mar o a cualquiera que sea nuestra
naturaleza, y si esa es manifestación del fuego, quiero entrar en ella como
guerrero, vaciarme por completo de sangre y voluntad, vaciarme en ella.
Nuestras mejillas se han reunido, nuestros cuellos se
vuelven continuos destinos en los viajes de nuestros labios y los ronroneos se
convierten en un par de retumbantes rugidos, mientras yo en ella plantaba la
semilla de mi presencia, ella en mi sembró la suya del coraje.
Mmm creo que este caso no se contraen las pupilas... Se dilatan... Un saludo y muy interesante..mientras te diviertaas
ResponderEliminarYa no quiero que me sigas, me incomodas.
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