miércoles, 26 de marzo de 2014

Arrogancia, el perfume del orden.








Decían que era un chico brillante, erudito y sensible a
cualquier expresión artística. Su gusto estaba comprometido con un orden donde
la belleza trascendía sobre una superficial observación, él se preocupaba por
problematizar y resolver cada aspecto de todo aquello que le rogaba por su
opinión. En pocas palabras, describirlo no es posible sin problematizar su
arrogante perfección.

Un hombre de observaciones también es un hombre de “peros”,
de caos y constantes crisis ante el desorden, en el caso de él era sencillo
explicar su comportamiento, quería ser valioso. Él procuró dominar idiomas,
abandonó bibliotecología para estudiar historia, y ahora solo consume los
productos animales a los que considera necesarios; no obstante pocas historias
de las que narra explican porque llegó a la escuela de idiomas o a
bibliotecología, o porque aborrece la ropa de piel mientras disfruta de un buen
corte de carne.

Mi amigo al igual que un servidor, pertenece a una
generación que le dio la oportunidad a quienes no suelen tenerla mientras que
el único requisito era desearla. Ambos entramos a la universidad más
prestigiosa del país a causa de la deserción de aspirantes el año de su huelga,
y si acompañamos ese incidente con nuestros intereses por lo exótico, no sería de
extrañar que formáramos grupos con nuevos modos para resolver las preguntas. Lo
considero una persona de la élite dentro de mis amistades, y por ello me ha
dolido su historia de negación.

Hace relativamente poco tiempo aprendí a armar un cubo
mágico, aprendí un algoritmo que permite resolver el cubo sin importar cual
revuelto esté, e hice una observación. Para armar ese cubo es menester ver al
cubo como un conjunto y no como 6 caras que se arman por separado, cada
movimiento altera al resto de las caras, por ello el algoritmo exige que se
considere cada cuadrito al momento de acomodar otro y nunca perder uno solo,
desde el momento que te concentras en una cara y arrojas al resto de los colores
a la espera sabes exactamente donde volverán a aparecer para tomar su sitio. Yo
comprendí que en ese cubo, nunca sobran cuadritos de colores, algún día
giraremos la cara exclusivamente para acomodarlos.

Mi amigo no piensa igual, y aunque está en su derecho no podrá
evitar que lo problematice como él al arte o a las costumbres populares. No
pretendo narrar que sus actividades ilustrativas fueron alternativas por no
poder ingresar a la licenciatura como si fuera un chisme, pero si es necesario
contarlo porque esos malos momentos formaron un rencor de su parte por los
detalles sin reflexión de los hombres, y se ha dedicado a proyectarse como un
ejemplo, un ser inmaculado que al saberse humano exhibe el derecho a equivocarse
siempre y cuando sea aborrecido hacerlo, una persona que pueda señalar todos
los males sociales y a la vez cometer algunos con la expiación por admitir que
son despreciables. Mi amigo arma su cubo mostrando solo una cara a la vez.



Es lo malo de muchos de nosotros los intelectuales, sabemos
que no podemos cubrir todas las causas del mundo pero nos atrevemos a mover las
piezas para que desde nuestra vista todo se entienda con orden, es por eso que
grandes deidades caídas, emperadores, dictadores y científicos descubrieron en
sus utopías el perfume del orden, que a su vez huele a arrogancia.

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