El
sol de julio azotaba a la ciudad, y no era agradable estar formado afuera del
centro vehicular, le fastidiaba todo en ese momento; el reflujo con sabor de
refresco de cola mezclado con cigarro que repetía a causa de su gastritis, el
periódico deportivo que ya había leído y que simplemente no pensaba tirar, le
preocupaba pasar por su hija tarde al colegio, llevar la mañana esperando, ya
no tener cigarros, odiaba todo pero entre ello lo que más le enojaba era, ser
el último en pasar.
Durante
su recorrido el sol se movió de manera tal que nunca le dio sombra, y cuando la
iba a alcanzar, exactamente en ese
momento entró al edificio, muy poca gente adentro parecía trabajar, toda indiferente,
con su poco humor siguió unos confusos señalamientos.
Pasaba
por los pasillos y se percataba que las oficinas estaban cerradas, disminuía el
movimiento de gente y llegó el momento que ya no había nadie atendiendo
-seguramente me tocó el cambio de turno- se decía molesto por perder tiempo. Por
una de las ventanas entró un frio aire que movió y tiró papel de un escritorio
él no le prestó atención, siguió caminando y subiendo pisos en el gran
edificio, mientras el paso lento de alguien corpulento pisó los papeles caídos,
estos se pegaron en sus pies y los arrastró al caminar.
Ya
desesperado el hombre decidió volver por donde entró, pero tras rodear unos
módulos vacíos no encontraba su camino, solo escuchaba que algo se acercaba
como si arrastrara un gran bulto y este arrastre hiciera un sonido muy
definido. Al oír esto ya no quiso continuar adelante comenzó a apretar el paso
buscando otra salida, los pasillos se veían largos y con cada vez menos
puertas, el arrastre cada vez sonaba más cerca, él tropezó y se lastimó un
tobillo, una rodilla y las muñecas. Se levantó rápido e intentó correr, bajó
las escaleras cojeando y desconoció el lugar, rápido intentó entrar en un
módulo, la puerta estaba cerrada con llave, intentó en el de al lado y estaba
igual.
Se
escuchaba que lo que tallaba el piso se hacía más grande, la desesperación ya
era mucha, corrió y corrió, ya no le importaba azotar las puertas, incluso
pensó en romper una ventana para brincar a la salida, pero no había ninguna,
llegó a una zona donde solo había pasillos sin puertas ni ventanas, y no
regresaría porque el sonido pesado ya estaba en esos lugares, continuó
corriendo y soltó el llanto. Luego, nada lo último que sintió fue una presión
enorme sobre el cuerpo y nada más.
Una niña
con su uniforme escolar espera sentada enfrente de una secundaria, no gastó 5
pesos en algo para tomar por tener monedas para llamar del teléfono público,
estaba preocupada marcando constantemente a un celular, una grabación solo le
repetía que la llamada no podía ser atendida.
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