domingo, 12 de agosto de 2012

La llamada no puede ser atendida



El sol de julio azotaba a la ciudad, y no era agradable estar formado afuera del centro vehicular, le fastidiaba todo en ese momento; el reflujo con sabor de refresco de cola mezclado con cigarro que repetía a causa de su gastritis, el periódico deportivo que ya había leído y que simplemente no pensaba tirar, le preocupaba pasar por su hija tarde al colegio, llevar la mañana esperando, ya no tener cigarros, odiaba todo pero entre ello lo que más le enojaba era, ser el último en pasar.
Durante su recorrido el sol se movió de manera tal que nunca le dio sombra, y cuando la iba  a alcanzar, exactamente en ese momento entró al edificio, muy poca gente adentro parecía trabajar, toda indiferente, con su poco humor siguió unos confusos señalamientos.
Pasaba por los pasillos y se percataba que las oficinas estaban cerradas, disminuía el movimiento de gente y llegó el momento que ya no había nadie atendiendo -seguramente me tocó el cambio de turno- se decía molesto por perder tiempo. Por una de las ventanas entró un frio aire que movió y tiró papel de un escritorio él no le prestó atención, siguió caminando y subiendo pisos en el gran edificio, mientras el paso lento de alguien corpulento pisó los papeles caídos, estos se pegaron en sus pies y los arrastró al caminar.
Ya desesperado el hombre decidió volver por donde entró, pero tras rodear unos módulos vacíos no encontraba su camino, solo escuchaba que algo se acercaba como si arrastrara un gran bulto y este arrastre hiciera un sonido muy definido. Al oír esto ya no quiso continuar adelante comenzó a apretar el paso buscando otra salida, los pasillos se veían largos y con cada vez menos puertas, el arrastre cada vez sonaba más cerca, él tropezó y se lastimó un tobillo, una rodilla y las muñecas. Se levantó rápido e intentó correr, bajó las escaleras cojeando y desconoció el lugar, rápido intentó entrar en un módulo, la puerta estaba cerrada con llave, intentó en el de al lado y estaba igual.
Se escuchaba que lo que tallaba el piso se hacía más grande, la desesperación ya era mucha, corrió y corrió, ya no le importaba azotar las puertas, incluso pensó en romper una ventana para brincar a la salida, pero no había ninguna, llegó a una zona donde solo había pasillos sin puertas ni ventanas, y no regresaría porque el sonido pesado ya estaba en esos lugares, continuó corriendo y soltó el llanto. Luego, nada lo último que sintió fue una presión enorme sobre el cuerpo y nada más.
Una niña con su uniforme escolar espera sentada enfrente de una secundaria, no gastó 5 pesos en algo para tomar por tener monedas para llamar del teléfono público, estaba preocupada marcando constantemente a un celular, una grabación solo le repetía que la llamada no podía ser atendida.


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