domingo, 12 de agosto de 2012

La ciudad de los cielos



Gamadiel es un erudito aprendiz en el oficio de la alquimia, su maestro era muy cuidado con lo que le enseñaba, y más aún sobre los mitos que le contaba –nunca debes de dar nada por completo entendido, incluso aunque lo domines- le decía. Gamadiel había demostrado ser bueno para los encargos que le pidiera, encontrar hierbas, animales o cualquier mineral que necesitara. No solo conocía perfectamente el poblado, incluso había quien pensaba que hablaba con la naturaleza.
Un día un grupo de sacerdotes buscaron a su maestro, tenían una reliquia extraña que no se podían explicar y buscaban un consejo, al no encontrarlo decidieron esperar, Gamadiel con extrema curiosidad en la reliquia decidió espiarlos, y escuchó la charla que mantuvieron. Llegó la noche y cuando ellos durmieron el aprendiz hurtó la reliquia, la sacó de su caja de madera y admiró una osamenta compuesta de piezas que no conocía, ningún animal que haya visto en su vida era capaz de componerse de estos elementos, ni siquiera las mismas piezas eran capaces de conformarse así, seguro eran piezas trabajadas con una magia muy extraña, pero no podían formar parte de algo que un día tuvo vida.
Había un grupo de huesos en extremo duros, pero eran transparentes como el cristal y dentro se veían torbellinos formándose, al intentar juntarlos estos se podían acomodar de varios modos, no se podía descifrar exactamente que pieza era tal, algunos huesos tenían aún tejido pegado, era gaseoso, tenía textura flexible al tacto, pero despedía un vapor denso. Había una pieza más curiosa aún, era al parecer una caja torácica, incluso cuando por dentro mostraba el tejido coincidente con el que los huesos tenían, este mostraba algo de lo que parecía ser su piel, al menos él no podía pensar en otra cosa, pues era idéntica a la suya, solo que mucho más clara, no era completamente blanca como la porcelana, era clara simplemente.
Había plumas, definitivamente eran plumas, sabía cómo eran las plumas, tenía en su mano calamos y raquis, pero ninguna barba, debían ser plumas, pero las barbas no estaban, por los poros que debían salir barbas salía un ligero soplo de aire -¿Qué ave tiene aire por plumas?- se cuestionaba, estaba por entrar en shock cuando sintió un golpe en la nuca. Los sacerdotes se marcharon a la mañana siguiente, el maestro reprendía a su alumno por tomar las cosas sin permiso, le explicaba lo que había visto.
Los ángeles son pobladores de la ciudad de los cielos, están hechos de pensamiento y cuando bajan a la tierra adquieren la forma que uno puede interpretar, la caja para el maestro estaba vacía porque sabía de lo que se trataba, Gamadiel conocía demasiados animales y algunos sorprendentes, por ello él veía algo completamente extraño e inexplicable, porque era el único modo en que sabría que lo verdadero, nunca se alcanza a entender por completo.

Imagen tomada de "Mujer Burbuja" en http://mapich.blogspot.mx/2010_06_01_archive.html

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