jueves, 16 de febrero de 2012

Rafaela y la piedra azul

El sello de zafiro

Sapualpan Veracruz es un pueblo muy poco habitado y poco conocido, para fortuna de sus habitantes todos son amantes de la tranquilidad, la zona es boscosa al pie de una montaña a la cual nadie se atreve a bautizar, solo es la montaña y punto. Contrario a la montaña la laguna cercana es conocida cono “La laguna de la bruja” y nadie se atreve a perderse en el bosque que queda cruzando.

Cuenta la leyenda que el lago está protegido por una bruja azul que se encarga de que quien entra ya no salga, que se trata de un espíritu ancestral que lo cuida de quienes entran con malas intenciones, solo alguien con el alma pura podría entrar y ver las maravillas que hay dentro. En contraste, alguien con el alma corrompida y que busque las riquezas para su propio beneficio no podría regresar.

Pero esa laguna, y ese bosque no siempre estuvo maldito, hace tiempo era habitado por una pequeña colonia de artesanos que preferían vivir separados del pueblo, no eran ermitaños ni antisociales, pero habían logrado ser autónomos y por ello no solían relacionarse mucho con sus vecinos.

Ahí vivía Rafaela con su familia, Su papá era el hombre al que más respetaba la pequeña colonia. “El Buen Don Pepe” era muy respetado por motivos de sobra, por ello “El Buen” era parte esencial como título en su nombre. Además de ser un líder nato y buen administrador, también era un hombre justo y valiente, así como tenía el coraje para sacar a una criatura de una casa en llamas, también se atrevía a mantenerse fuerte cuando perdía a un ser querido. Era por bastante el héroe de la colonia.

Rafaela era una niña alegre que siempre estaba dispuesta a obedecer a su mayores, después de tomar clases en la escuela se dedicaba a hacer los quehaceres de la casa y pequeños encargos que le hacían en la aldea. Siempre la acompañaba su amada perrita a la que llamaba “Lobis”, la perrita era de colores claros y solía aullar con la luna brillando, por ello su nombre.

Al paso de un par de años Rafaela estaba comenzando a crecer más como una señorita que como niña, sus paseos ya no eran como carreras con su mascota, más bien ahora el andar de ambas era como una pincelada por las veredas entre las casas. Ella más centrada dejaba lucir sus vestidos mientras Lobis la acompañaba con porte y carácter, como si le dijera al mundo que ella cuidaba de tal belleza y lo haría con fidelidad y fiereza.

Lamentablemente esa flor no sería vista por muchos de los que la conocieran de cría, tampoco ella los vio siempre mientras crecía. Muchos de los jóvenes apenas más grandes que ella habían emigrado al extranjero, varios ancianos habían muerto en estos años y mucha de la gente con hijos prometedores decidieron mandarlos a estudiar a las ciudades. Era ella una chica solitaria que nunca se preocupó ni daba cuenta que no tenía amigos humanos. Solo Lobis la acompañaba todo el tiempo.

Un atardecer de verano Rafaela se apuraba a llegar a casa, se había distraído con algunos encargos que se le complicaron, al acercarse se percató de enormes camionetas estaban estacionadas afuera de su casa, nunca había visto ella vehículos de ese tipo y su presencia la asustó. Así tímidamente entró a su pequeña casa. En la mesa del comedor se encontró con una de las peores postales que recordaría de su padre, y ese era otro de los motivos por los que los habitantes habían disminuido.

Un empresario muy adinerado estuvo comprando en años recientes varios terrenos y casas en el pueblo cercano, también había promovido la entrada de nuevos servicios así como de empresas y patrocinadores. Habían creado un posible paraíso vacacional alternativo en la zona.

La gente ya no buscaba en ese estado solo los clásicos destinos, había crecido mucho la población de gente que quería alternativas que fueran discretas. Lugares tranquilos y alejados de los centros más poblados, lugares donde se pudieran relajar, lugares como ese pequeño pueblo escondido. Un sitio ideal para hacer negocios… No comunes.

Las autoridades ahí no tendrían fuerza para oponerse a quien lleve los recursos suficientes, menos los pobladores, las propiedades eran muy baratas y la mano de obra podría serlo también, las chicas de la zona eran lindas y alegres, y por si fuera poco la mayoría de los próximos dueños del pueblo eran amigos o familiares de todas las autoridades.

El papá de Rafaela lucía muy exaltado, la discusión con un hombre de negocios que intentaba comprarle su casa estaba tomando altos grados de tensión. Había rechazado varios comunicados por correo que le llegaban con ofertas mediocres e insinuaciones de amenazas, tantas cartas se habían juntado en poco tiempo ocasionó que el remitente fuera a buscarlo en persona.

Iba acompañado de mucha gente, al menos eran media docena y para Rafaela eran bastantes, todos muy mal encarados y arrogantes. Su padre se resistía al discurso prepotente de un negociador tan sutilmente hostil. Las premisas habían sido claras: La aldea entera había sido sentenciada, quienes no vendieran por la suma propuesta, vivirían en constante riesgo.

El Señor que tenía enfrente quería hacer todo un complejo turístico cerca del pueblo que próximamente sería una joya del turismo. Todo estaba listo a excepción de la pequeña mancha que representaría el que antes de iniciar las construcciones ocurriera una tragedia. No quería que un tubo de gas natural que no pasaba por ahí estallara y volara todo, ni que un extraño deslave en época seca causara desabasto en la población, u otra extraña ocurrencia de la naturaleza.

-¡Largo de mi casa! No le voy a permitir que venga a decirme esas cosas, y largo de mi aldea, no lo quiero cerca de la gente de aquí que es buena- El buen José no toleró las insinuaciones del señor Calderas, su presión aumentó y su coraje pudo haberlo enfermado de no ser por su saludable estilo de vida y gran fuerza física.

-Creo que usted no entiende- Dice el Señor Calderas mientras se levanta y da instrucciones de no hacer nada a sus seguidores- Ya todos sus vecinos cedieron esta tarde y mañana estarás solo con tus chamacos, si estas para entonces por acá, nadie podrá venirlos a… Saludar, y eso sería muy triste ¿no?

-Le exijo que se largue- El furioso padre de la pequeña sentenció.

Don José por primera vez se veía temeroso ante algo, él nunca antes se había visto nervioso. Y menos ante un hombre de poca estatura, de gafas y con cara de topo. El señor Calderas salía con sus guardias, pasó a lado de Rafaela y de reojo se despidió, ella quedó paralizada oliendo su perfume con almizcle.

Así los hombres de botas y pantalones rancheros montan sus bestiales vehículos para marcharse escuchando música norteña.

Rafaela recordaría tanto ese aroma como la reprenda que su padre le daría para que fuera a dormir. Esa noche lejos de ahí se desarrollaba una pelea intensa entre seres muy poderosos, a tal grado que temblaba de pronto la tierra ocasionando que ella se levantara de la cama, no es que se despertara por ello, sino que no podía conciliar con el sueño. A esto se sumó el aullido de Lobis que la alarmaba de algo extraño que ocurría afuera.

-¿Qué ocurre pequeña?- Rafaela asomándose por una ventana pregunta a lo lejos a su perrita que ladraba a varias direcciones- ¿Quieres que salga contigo?

La señorita se viste rápidamente con apenas su abrigo sobre el pijama, también lleva sus botas y silenciosamente escapa de su habitación para atender a su amiga. Estando con ella intenta calmarla pero Lobis no lo permite, se zarandea y corre ladrando más fuerte. Rafaela cae en cuenta de lo que ocurre: Gente extraña anda cerca de la colonia y merodea. Decide así la chica el esconderse detrás de unas hierbas para observar sigilosamente.

Muy poco tiempo transcurre para que lo confirme. Lobis sale a toda velocidad tras una sombra que por una orilla de la colonia descubre un arma, un rifle semiautomático que comienza a disparar.

-¡Corre!- Rafaela intenta gritar aún con su garganta que se ha cerrado con el susto, ella también busca una orilla y corre en paralelo a Lobis que escapa por en medio de las casas.

Más gente armada aparece recorriendo la aldea disparando y arrojando bombas incandescentes a las casas. Rafaela y Lobis corren y casi siguiéndoles el paso la ola de destrucción amenaza con alcanzarlas. Ella ve como todo el pueblo enrojece al mismo paso que sus zancadas, las imágenes bloquean su percepción de oír los balazos y explosiones de las casas. Por su mente incluso llega a pensar que si se detiene, también lo hará la masacre. Se equivoca.

Cada paso suyo no es causante del desastre, sino que apenas y puede huir de él, así continua esquivando el fuego cruzado y por poco cruza la pequeña aldea, con eso apenas y logra escapar. Solo hay un camino que podría tomar el cual la llevaría al monte y podría perderse en el bosque, si sigue a ese paso quizá no se percaten de su trote y pueda escapar, mientras Lobis va detrás suyo a escasos metros.

Tendría la aceleración y tiempo suficiente si continuara al paso, no obstante se detiene y voltea, cometiendo así un grave error.

Dos maleantes que cubrieron tarde la salida al bosque escuchan a Lobis alcanzar a Rafaela, voltean y se percatan que un habitante logró salir. Rafaela mira a lo lejos su casa ardiendo y eso la petrifica. La imagen se le expone como un cuadro que duraba largo tiempo frente a sus ojos, aunque solo se trató de un instante ella logra capturar cada detalle de cada casa en fuego, cada paso tomado por los malhechores y a lo lejos un grupo de camionetas que le resultan familiares.

-Mira esa niña- uno de los agresores le señala al otro y deciden ir tras ella.

Ya sin tiempo ni motivos para regresar, Rafaela retoma la huida sabiendo que ahora es un blanco ubicado. Así huye por unas cuantas decenas de metros antes de llegar a un llano en donde al voltear se encara con los tipos armados.

Los tres se miran confrontando intenciones, La chica sabe que un auténtico milagro se necesita para salir de esta encrucijada. Justo cuando está por resignarse Lobis se lanza al cuello de uno de los rufianes como una auténtica loba cazadora, de modo directo y certero desgarra la garganta del agresor y el otro se aterra. Rafaela entonces es testigo de la cumbre del valor de su amiga así como de la inhumanidad de sus ahora enemigos.

El remate llega cuando el otro asesino retoma algo de fuerzas y descarga su arma sobre la perrita. Rafaela grita tremendamente al no soportar más el perder en un instante todo lo que ama.

Un breve silencio llena la atmósfera por un instante, tanto el maligno como la inocente confrontan miradas y sueltan sus suspiros a la par, como si se tratara de un duelo.

Casi está por salir el sol cuando cerca de ellos una línea azul que cruza el alba se estrella un poco más atrás en el bosque, también se detuvieron los ataques en la colonia y el jefe Calderas sabe que debe ordenar a todos sus secuaces el ir a donde cayó el objeto.

Las distancias son cortas y es cuestión de menos de un minuto en que todo el ejército del empresario alcanza el sitio donde Rafaela, todos menos su general. Se acomodan como si fueran a un fusilamiento y decididamente y sin remordimientos disparan en conjunto, la Muchacha no puede más que cerrar los ojos y entregarse a su destino.

Tantas balas juntas incluso marcan una alfombra de sombras que crece hacia Rafaela, de pronto esa alfombra cambia de dirección y disminuye hasta desaparecer.

Detrás de Rafaela un extraño brillo azul empuja cada proyectil y evita que ella salga dañada, al abrir los ojos ella ve tirados a los destructores y siente que algo la apoya, algo poderoso que jamás había experimentado.

-Apaga el fuego- dice con tristeza la joven como si pudiera afirmar que esto la obedecerá.

El lago que tan cerca queda de ella se comporta de modo extraño, y una neblina brillante comienza a salir de la orilla y como si fuera una ola enorme cubre de rocío la colonia, así se apagan las llamas. Sin embargo es tarde, al desaparecer la niebla quedan solo cenizas y ningún rastro de vida, Calderas escapó en una enorme camioneta.

-Gracias- Rafaela desfalleciendo cae de rodillas y al fin se le concede tiempo para llorar- Gracias por salvar lo que haya quedado de mi aldea.

-Olvídalo, no quedó nada, así que no intentes regresar- extrañamente puede comunicarse aún sin hablar, la extraña entidad se acerca a Rafaela hasta provocar humedad sobre su espalda.

-Debo regresar, mi familia…

-No puedes, es como si hubieras muerto también.

-Entonces como un cadáver me quedaré esperándolo aquí.

-Eso será como si no hubieras vivido.

-¿Y quién me lo dice?, no muestras tu rostro, aunque creo que estás sobre mí.

-Nos hemos vuelto a separar después de ser perfectos, ahora solo he llegado aquí y tú me recibiste.

-No sé qué seas, ¿eres Dios?

-No lo soy, y soy parte de él.

-¿Eres el Diablo entonces?

- Ahora mismo vengo de donde él.

-Entonces querrás mi alma, ¿verdad?

-Así es, me siento débil y necesito un hogar.

-Puedes vivir conmigo, seré tu única familia

-Nunca he tenido una.

-Muéstrate entonces para que vea tu rostro y pueda admirarte y agradecerte.

El espíritu del sello de zafiro no tiene forma, sin embargo se ha conmovido ante un alma pura. Este espíritu toma la forma de algo amado para Rafaela y toma la forma de Lobis, así se acerca a su frente y hace como que la olfatea.

-¡Lobis, sabía que jamás me dejarías!

Rafaela no reparó en que su amiga había muerto y prefirió verla en eso algo caritativo que en cuanto llegó decidió hacer algo por la ahora extinta colonia. Esa zona fue asediada después por maquinaria y gente armada enviada por Calderas, pero siempre extraños sucesos los derrotaban, se perdían en nieblas o aparecían ahogados, Rafaela y su Lobis cuidaban el bosque de la gente con malas intenciones y en muy poco tiempo se ha ganado el bosque el título de embrujado. La dama azul y su loba brillante con su aullar elevan las aguas como lo hace la luna.

Hoy ese lejano pueblo es donde uno de los siete sellos con su grado encontraron un nuevo huésped, uno de alma pura que a su modo hace la justicia.

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