domingo, 2 de mayo de 2010

Dejando hojas en blanco

Sentado el pequeño hereje deja de lustrarse las rodillas, ya están calientes del frote aunque esa no era la intención, tras de él en la cama se queda la libreta en blanco donde se supone escribiría. ¿Qué iba a escribir?, la respuesta tan ajena es al entendimiento como lo es a la representación intuitiva. Claro el niño no solo no sabe qué significa eso, si no que lejana es la idea en donde él se haga como pensador.
Dando la espalda al papel donde debería haber letras, el chicuelo ignora por completo si las letras salen de la cultura o del alma, es más, ni siquiera contempla a estas como distintas, no solo no las contempla, aún las desconoce.
En su habitación nunca ha habido más que cosas, habrá muebles y juguetes, en ocasiones hay gente, pero siempre lo único vivo fue el mismo niño.
Quizá el amor sea una virtud innata o igual y vio al amor en alguna parte, pero él quiso saber lo que esos significaba, y deseó conocer a eso que él pudiera amar, aquello que pudiera ser objeto de sus dedicatorias y victorias, el motivo por el que pudiera ser feliz. Nunca se imaginó que tendría que escribir una carta a su gran enemigo para que le quitara esas ideas.
Son desconocidos los motivos por los que un niño pretende olvidar lo que se siente amar, es más incomprensible como lo desea aun cuando no quisiera dejar de hacerlo. ¿Será que ese olvidar sea parte de su acto de amor?
El infante nunca creyó que había alguien mayor a él que lo cuidara
Nunca rezaba el ángel de la guarda y las cruces incluso lo asustaban, la idea de alguien que se muere lentamente por el resto de la gente, lejos de hacerle tener esperanzas, l e hacían temerle a la gente, bárbaros que eran capaces de poner a alguien en madera hasta que se echaran a perder.
Pero ahora intentaba escribir una carta, de pronto no sabía si menester era el hacerla para a quienes su amor resultara ofensivo, a quienes pudieran salir lastimados o a quien le robó la posibilidad de poder hacerlo. Toda la gente decía que Dios era amor, el muchacho evidentemente comprendió su pecado. Nunca pensó en Dios, nunca creyó en él
Y aún así se atrevió a tomar su personalidad, tomó el fuego más sagrado que dejó el creador al alcance de los hombres, tan al alcance que los hombres nacían por el amor mismo, vivían en él y morían por el mismo.
El niño lo pensó ajeno, algo que debía de hacerse presente, debía adueñarse de ello para darlo y recibirlo, jamás hubo error como siempre lo ha habido. Solo lo pensó y lo hizo, más nunca agradeció. No agradeció a quienes amó ni a sí mismo por hacerlo.
Reitero que algo fue tan relevante que le hizo pensar que el amor no era lo suyo, que tampoco él era de él, y que tomarse en eso era un error.
Como nunca conoció a Dios ni se interesó en él olvidó que amar también es el gozo de hacerlo, que debía sonreír por solo poder sentirlo. Olvidó que siempre lo había hecho hasta que decidió nombrarlo así.
Los papeles se quedan en blanco y él no conoce palabras que digan el cuanto se siente tan mal, llora esgarrando son agua sus pupilas, un grito afligido se queda quieto antes de viajar, no es la primera noche y se espera nos sea la última.
Larga vida le espera de seguir deseando que todo termine, tan corto es lo que conoce que no tiene en cuenta todo lo que tiene por delante, nunca pensó que ese nunca sería un imperativo en sus deseos. Se alejó de lo que le era propio. Un hombre al final, un simple hombre que vivía en un mundo de cosas, no de gente, un lugar donde solo era él y los demás no existían, ese mundo al que ahora debe regresar pues no logró amar a amor y lo que esto implica.
Llorando como solo un niño puede, no sabe cómo escribir su profundo remordimiento, no puede gesticular palabra alguna que diga su sufrir. Se toma del cabello y se muerde sus dedos, también se inclina, pero no puede pedir perdón.
Revolcándose como cada noche con su hoja albina desconoce que el remordimiento no es por el fracasar en el acto de amar, nos e trata de dejar a un lado su descubrimiento y ya.
El verdadero remordimiento que ausente es en concepto, es por el arrepentirse de hacer lo que era inevitable, el arrepentirse del dolor que es parte de mar, pensó que sería un acto perfecto y que sobre hojuelas la miel se servía, que lograría lo imposible y solo sentiría el bien.
Pero nunca preguntó a dios sobre su angustia, ni entendió que eso que lo daña también debía ser disfrutado.
El pecado en él, eso que no lo deja ser feliz es el despreciar a la conciencia misma del sufrimiento, el niño quizá algún día madure y valore que cada desvelo es… la oportunidad de sentirse vivo, mientras, son noches de angustia, de desgarrarse si tocarse, de destruir cada intento de voluntad, noches de morir sin terminar de vivir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Germán, en el nombre del demonio

Germán…  Claro que recuerdo ese nombre, yo nunca olvido uno: pequeña víctima de sí mismo, ignorante de su capacidad, temeroso del profu...