viernes, 12 de marzo de 2010

La danza en el cuaderno.

Y entonces veía mi lápiz inherente, abrazado en la mano sin la más mínima idea que podría escapar, entonces esa mano que tampoco tiene voluntad lo acercó al papel, no sé si sea como una charla que nace durante el baile peor ambos se entendieron con naturalidad. Aparentemente compartían sus anécdotas, el lápiz incluso mostraba su pictórico talento y marcaba en la pista cada paso suyo. En realidad se notaba que no era él quien llevaba el paso.
La mano apenas y toca el piso, como toda dama deja se deja llevar cuando en realidad es quien decide a dónde se ha de ir. Es ella quien dejará de escribir si se cansa, si le sale un cayo o si no se le ocurre un trabajo para el lápiz.
Así también si la mano deseara continuar moverá a su pareja a su antojo, no obstante si él ya no pudiera continuar, la dama no deja de escribir, solo deja de hacerlo con él.
Sé que el lápiz no tiene conciencia, también que es un objeto. A veces me da lástima el modo en que su compañera lo guía.
No es que me sienta un algo superior que decide el cómo transitar, aunque a diferencia de él, yo muevo a la mano.
Y ahora dejaré de escribir las reflexiones de mi inanimado amigo, es hora de continuar con el poema de mi querida.

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