Querida, bastante querida Dama
Blanca…
Confieso que para mí siempre ha
sido complicado saludar, y creo que por ahora solo se me ocurre contarle que
usted siempre que me escribe lo hace dejándome marca, la última ocasión, debo
confesar, me resultó contrastante. Por un lado me emocionó e hizo arder en
alegría, pues usted es causa de la misma y de la reacción de mi rostro en mi
labio superior derecho que busca inevitablemente mi oreja. Por otra parte,
usted también puede hacer menguar mi ánimo pues me resulta lamentable todo
aquello que le acongoja a usted, pues sabe que una parte de mi corazón se ha
ido a su lado y padece cuando usted adolece.
Y bien podría dedicarme a la
sucia y sana empresa de buscar en usted palabras de aliento que hicieran a su
juicio dar giros en pro del olvido, podría mantener la mente fría del amante
que hecha tierra a los amores caídos con tal de hacer emerger el ego de su dama
deseada. Solo podría despotricar contra
un desconocido y sentirme juez para sentenciar lo que es del Señor, del César,
y lo que es de Blanca. Pero… En mis amores extintos lo hice, me atreví a hablar
de merecimientos y justicia y muy tarde comprendí que uno difícilmente puede
juzgar lo propio y con menor precisión lo ajeno.
Usted sabe muy bien cuánto la
quiero, ha sentido directo de mi pecho los latidos que ha llegado a provocar, y
entiende que siempre, siempre le estaré deseando lo mejor. Por ello sabrá que
está de más si al romano lo llamo: ¡Idiota! Estúpido, truhán, imbécil y demás;
si le tacho de acéfalo, que lleno más de ignorancia que de maldad se ha
atrevido a rasgarle a usted su hermoso corazón. Yo diré que él no merece sus
lágrimas ni recuerdo, y que los actos que me comenta que él hizo merecen que
jamás tenga descendencia, ni carnal ni de intelecto, porque lo que el mundo
menos necesita son “Stronzos”.
También me es menester reforzar
la confianza que le tengo, no porque no haya sido exclamada antes, sino porque
jamás podría cansarme de decirle cuanto le admiro, tanto por la pieza de cielo
que yo entiendo en su mirada, su sonrisa y sus buenos deseos; como así también
en su perseverancia y bella actitud. A usted la comprendo como una estilizada y
hermosa guerrera, tanto que la señalo como una digna descendiente de la tierra
de los costalazos, donde los héroes se cubren el rostro con plata, de
terciopelo azul, o que simplemente salen con el cabello virgen a luchar. Mi
bella emblema de pureza, usted es para mí más que una gladiadora una auténtica
estrella del firmamento y lo engalana reflejado en la tierra como una guerrera
águila o jaguar.
Le aprecio bastante su valor que
la ha llevado y mantenido en las tierras de los aguerridos galos, los
encarnizados latinos y los brutales británicos. Le envidio el rumbo por el que
ha llevado ese coraje a viajar cruzando el charco sobrevolando leviatanes,
krákenes, y sirenas, todo ello con base en el sudor y sangre, sacrificando así
la seguridad y comodidad del hogar con aroma a maíz y chocolate. Por ello me
exijo a seguir creyendo en su ascenso como virgen morena sobre Neptuno, Júpiter
y Saturno, por ello no desconfío de su futuro, como no se desconfía de quien se
ama.
¿No es bonita nuestra lengua?
Esta misma que se separa del salvajismo castellano y rescata del olvido al
noble carácter precolombino del respeto en el sujeto de “usted”. Por eso hoy me
apetece escribirle así, porque nadie en el mundo en otro idioma podrá
redactarle con esta figura, por eso hoy le escribo de usted. Porque como ya le
dije: desde acá le reverencio.
Quisiera ahora hablarle de cantos
y flores que alegran estas tierras, pero por ahora sabe que me es complicado por
las desdichas que atañan a mi sangre, pero no es suficiente mal como para no
alegrarme recibir notas del viejo mundo que me hablan de su aún “existir”. Por
ello le pido fortaleza para enfrentar su reto y continuar sonriendo así sea en
el brillo mediterráneo o el cruel invierno anglosajón, por ello le ruego que
siga de pié y con la frente en alto
Aún recuerdo el calor de su
cuerpo, la caricia de sus manos y cabello que ha honrado mi íntimo aposento y
mi cama, el perfume de hermosa presencia que bendice mis sábanas y hasta hoy
alegra ese lugar de sueños. Y aunque ahora otras han venido a ese lugar,
ninguna le desplaza de mi memoria.
Usted, hermosa ninfa, sublime
musa tangible, humilde servidora y firme compañera. Usted no llore, no derrame
bilis ni cólera, pues un lamento suyo es el llanto del mundo, es una apretada
afrenta divina, es desgracia para su admirador un humilde mortal. Usted
continúe su andar, siga dejando huellas tal como lo hizo en mi andar, como lo
hace dejando hermosas fragancias, como lo hizo alegrando mis días con o sin
sol, como se logró hacer dueña y señora de mi noche.
Ánimo dama mía, señora, bella
madona, beso del destino, cría de gacela, torre de marfil, arca de la alianza
bella y eterna, espejo de justicia, cáliz de la buena voluntad, perdón para los
afligidos y escalera al cielo. No se rinda, hermoso querubín, espada que rasga
la oscuridad, dueña de las estrellas y de una figura en la que no soy digno de
entrar, pero una palabra suya basta para sanarme.
Le extraño, pero no por ello le
deseo ahora de vuelta, le deseo que su peregrinar siga siendo exitoso, le deseo
felicidad. Y si un hombre hoy le desprecia, olvídelo, pues usted bien sabe que
admiradores siempre estarán postrados a sus pies, esperando a grito de guerra,
derramarse con sórdido estruendo y si es necesario por su sonrisa, en olas de
sangre empapad.
Quisiera tomarle en brazos y
mirarle, decirle bondad y confianza como ahora solo puedo plasmarle con puño en
este lienzo; usted tiene la gracia para salir adelante, sobre y superar las
penas. Pues usted ángel excelso no es habitante del llanto ni de la soledad.
Blanca presencia, es usted
entidad e inspiración, motor y movimiento, forma e idea, armonía y realidad.
Suyo...
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