domingo, 28 de septiembre de 2014

Del cajón Prohibido #6 Querida, bastante querida Dama Blanca…

Querida, bastante querida Dama Blanca…



Confieso que para mí siempre ha sido complicado saludar, y creo que por ahora solo se me ocurre contarle que usted siempre que me escribe lo hace dejándome marca, la última ocasión, debo confesar, me resultó contrastante. Por un lado me emocionó e hizo arder en alegría, pues usted es causa de la misma y de la reacción de mi rostro en mi labio superior derecho que busca inevitablemente mi oreja. Por otra parte, usted también puede hacer menguar mi ánimo pues me resulta lamentable todo aquello que le acongoja a usted, pues sabe que una parte de mi corazón se ha ido a su lado y padece cuando usted adolece.

Y bien podría dedicarme a la sucia y sana empresa de buscar en usted palabras de aliento que hicieran a su juicio dar giros en pro del olvido, podría mantener la mente fría del amante que hecha tierra a los amores caídos con tal de hacer emerger el ego de su dama deseada.  Solo podría despotricar contra un desconocido y sentirme juez para sentenciar lo que es del Señor, del César, y lo que es de Blanca. Pero… En mis amores extintos lo hice, me atreví a hablar de merecimientos y justicia y muy tarde comprendí que uno difícilmente puede juzgar lo propio y con menor precisión lo ajeno.

Usted sabe muy bien cuánto la quiero, ha sentido directo de mi pecho los latidos que ha llegado a provocar, y entiende que siempre, siempre le estaré deseando lo mejor. Por ello sabrá que está de más si al romano lo llamo: ¡Idiota! Estúpido, truhán, imbécil y demás; si le tacho de acéfalo, que lleno más de ignorancia que de maldad se ha atrevido a rasgarle a usted su hermoso corazón. Yo diré que él no merece sus lágrimas ni recuerdo, y que los actos que me comenta que él hizo merecen que jamás tenga descendencia, ni carnal ni de intelecto, porque lo que el mundo menos necesita son “Stronzos”.
También me es menester reforzar la confianza que le tengo, no porque no haya sido exclamada antes, sino porque jamás podría cansarme de decirle cuanto le admiro, tanto por la pieza de cielo que yo entiendo en su mirada, su sonrisa y sus buenos deseos; como así también en su perseverancia y bella actitud. A usted la comprendo como una estilizada y hermosa guerrera, tanto que la señalo como una digna descendiente de la tierra de los costalazos, donde los héroes se cubren el rostro con plata, de terciopelo azul, o que simplemente salen con el cabello virgen a luchar. Mi bella emblema de pureza, usted es para mí más que una gladiadora una auténtica estrella del firmamento y lo engalana reflejado en la tierra como una guerrera águila o jaguar.

Le aprecio bastante su valor que la ha llevado y mantenido en las tierras de los aguerridos galos, los encarnizados latinos y los brutales británicos. Le envidio el rumbo por el que ha llevado ese coraje a viajar cruzando el charco sobrevolando leviatanes, krákenes, y sirenas, todo ello con base en el sudor y sangre, sacrificando así la seguridad y comodidad del hogar con aroma a maíz y chocolate. Por ello me exijo a seguir creyendo en su ascenso como virgen morena sobre Neptuno, Júpiter y Saturno, por ello no desconfío de su futuro, como no se desconfía de quien se ama.

¿No es bonita nuestra lengua? Esta misma que se separa del salvajismo castellano y rescata del olvido al noble carácter precolombino del respeto en el sujeto de “usted”. Por eso hoy me apetece escribirle así, porque nadie en el mundo en otro idioma podrá redactarle con esta figura, por eso hoy le escribo de usted. Porque como ya le dije: desde acá le reverencio.

Quisiera ahora hablarle de cantos y flores que alegran estas tierras, pero por ahora sabe que me es complicado por las desdichas que atañan a mi sangre, pero no es suficiente mal como para no alegrarme recibir notas del viejo mundo que me hablan de su aún “existir”. Por ello le pido fortaleza para enfrentar su reto y continuar sonriendo así sea en el brillo mediterráneo o el cruel invierno anglosajón, por ello le ruego que siga de pié y con la frente en alto

Aún recuerdo el calor de su cuerpo, la caricia de sus manos y cabello que ha honrado mi íntimo aposento y mi cama, el perfume de hermosa presencia que bendice mis sábanas y hasta hoy alegra ese lugar de sueños. Y aunque ahora otras han venido a ese lugar, ninguna le desplaza de mi memoria.
Usted, hermosa ninfa, sublime musa tangible, humilde servidora y firme compañera. Usted no llore, no derrame bilis ni cólera, pues un lamento suyo es el llanto del mundo, es una apretada afrenta divina, es desgracia para su admirador un humilde mortal. Usted continúe su andar, siga dejando huellas tal como lo hizo en mi andar, como lo hace dejando hermosas fragancias, como lo hizo alegrando mis días con o sin sol, como se logró hacer dueña y señora de mi noche.

Ánimo dama mía, señora, bella madona, beso del destino, cría de gacela, torre de marfil, arca de la alianza bella y eterna, espejo de justicia, cáliz de la buena voluntad, perdón para los afligidos y escalera al cielo. No se rinda, hermoso querubín, espada que rasga la oscuridad, dueña de las estrellas y de una figura en la que no soy digno de entrar, pero una palabra suya basta para sanarme.
Le extraño, pero no por ello le deseo ahora de vuelta, le deseo que su peregrinar siga siendo exitoso, le deseo felicidad. Y si un hombre hoy le desprecia, olvídelo, pues usted bien sabe que admiradores siempre estarán postrados a sus pies, esperando a grito de guerra, derramarse con sórdido estruendo y si es necesario por su sonrisa, en olas de sangre empapad.

Quisiera tomarle en brazos y mirarle, decirle bondad y confianza como ahora solo puedo plasmarle con puño en este lienzo; usted tiene la gracia para salir adelante, sobre y superar las penas. Pues usted ángel excelso no es habitante del llanto ni de la soledad.

Blanca presencia, es usted entidad e inspiración, motor y movimiento, forma e idea, armonía y realidad.



Suyo...

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