Este escrito es parte de las entradas que hice en un blog que he dejado morir. Decidí rescatarla por mero ego, el otro blog tenía carácter erótico, al menos eso pretendía, y como ahora me vale mi reputación, poco a poco iré mudando los escritos a este espacio.
Y se fue, se fue lejos, muy lejos con sus labios de carmín.
Se fue con el librero de dulzura, con el apetito inocente por la vida, con esos
momentos que sin saberlo ella, alumbran la vida más miserable. Pero al menos se
fue con dirección al horizonte, siguiendo el sol desde abajo, se va a donde el
mundo aún reciba luz, a donde ella encontrará mucho que abrazar con sus ojos.
Se va y se aleja de esta gruta entrañada, de esta casona
abandonada, de este sitio donde el amor nunca es visita, donde preferimos contar
las lenguas en lugar de las venas, donde la oscuridad nos cubre y enfría
lentamente. Donde el ser solitario reside.
Pero todo cuanto ocurre en la vieja casa se escucha, todo
cuanto mi llanto suene lastimará el jardín vecino y, ¿qué derecho tiene un hombre
de marchitar las flores ajenas por no tener las propias? Me llamarán egoísta,
me dirán envidioso, de amar tanto pasaré a ser monstruoso, porque para el
hombre acompañado es pecado maldecir a Dios, es herejía tenerle a otro un amor
más grande que el que se siente por el creador, se condena a muerte a quien
tiene como crimen ser despreciado.
La condena consta de un trato especial, tal como con Cristo
los romanos comenzaron por humillarlo, hacerlo penar y clavarle a una cruz. Los
recuerdos nos dan el mismo trato, solo que a la inversa. Primero nos entregan
el tablón donde nos hacen escribir nuestro título con mofa e ironía, un nombre
de cargo que dice que somos los más fieles, que somos el amigo, luego nos
cuelgan para que todos vean nuestras heridas y… Cuál es nuestro lugar. Después
nos exhiben por las calles, nos pasean sin correa como símbolo de autoridad,
dicen que el hombre sin cadenas está donde quiere estar.
Y yo quería estar a su lado, quería cambiar el brillo de lo
celeste por la sombra de sus actos, por una caricia suya antes que con otro se
acueste. Y maldije mi nacimiento, el nacimiento de mis maestros y la obra del
humano que predijo palabras de esperanza.
Solo la vi marchar, la vi corriendo con su corazón de
frente, lo jugaba obstinadamente, a romperlo con otro se marchaba, a romperlo
de repente. De vuelta ella venía, ya pensaba cuándo volvería a irse, ya sabía
que en esta casa no se quedaría, sin corazón ni virtud el mundo ya no le valía.
Se iba y venía con el sol, al amanecer mostraba su grandeza
y por la tarde se acurrucaba en su llanto, y yo… solo podía medir las horas,
solo podía verla como diosa, solo podía aún así amarla.
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