Hace 13 años…
Un 27 de octubre del año 2000 comenzó el encuentro entre
ella y yo, es una historia que ya he platicado muchas veces y en su extensión
prácticamente nada ha cambiado, salvo las magnitudes con respecto a las acciones
propias de la edad solo podría decir que todo gira en torno a lo mismo, sigo
regándola. Y así como en días recientes ella mencionó a un grupo de personas que
con sus errores llenarían páginas y páginas de libros completos dedicados a
eso, me sentí identificado con ellos, dado a que literalmente he llevado años y
años registrados en diarios, cuentos, historietas, ensayos y cartas en que solo
escribo que la situación sigue igual.
Alguna definición de inteligencia habla sobre la efectividad
del pensamiento, una inteligencia mayor encuentra una solución efectiva a una
problemática determinada, y si bien esto resulte utilitarista y pragmático,
cuando de conservar la paz se trata, el exigir resultados no resulta nunca
demasiado ambicioso, y el sentido común no podría plantear una ética donde lo más
importante no sea la sana armonía con una persona a la que se ama. Y aunque los
aspectos emocionales no son siempre inteligibles, es menester guardar prudencia
en el comportamiento y razonar los actos sin escatimar voluntad, solo entonces
podría yo afirmarme que mi sentimiento busca un bien común y no solo la
satisfacción de mi capricho.
Pero estos años me ha bofeteado mostrándome que pese a
intentar ser lo más congruente entre lo que digo y lo que hago, no he podido
abandonar mi único deseo. Ya no estoy seguro si en este tiempo realmente
dediqué a formarme en la sabiduría para acceder a una visión más aguda sobre el
mundo y poder así resolver los problemas con mejores propuestas y actos, o
solamente he ampliado mis conceptos para así solo decir definiciones y reflejar
al mundo en un aspecto meramente analítico. De cualquier modo, las cosas siguen
iguales y al parecer jamás nada las cambiará, incluso al oírla decir sus
opiniones he estado convencido que todo incluso ha empeorado.
Hace años uno de los obstáculos que enfrentaba era una
completa inmadurez y falta de experiencia en cualquier aspecto social, hoy
después de haber pulido ciertos
comportamientos y tenido ejemplos de casos acertados, o incluso tener prácticas
positivas sigo cayendo en los más sencillos errores a causa de un escaso
control sobre mis emociones, sigo logrando discusiones innecesarias que se
nutren de viejos rencores e invocan en ella a su vez malas experiencias
mediante malos recuerdos.
Hace 13 años no solo la conocía a ella, sino que además
comencé la formación de lo que ustedes han podido apreciar y que siempre
presumí como la encarnación de su hombre perfecto, un ser imaginario cuya
motivación era el ser mejor cada día con respecto a los principios morales que
ella había establecido “apreciar las cosas por el mero hecho de ser como son” y
“no rendirse jamás”. A partir de entonces la historia es conocida, desarrollé
una aceptación por la diversidad de opiniones y un obstinado sentimiento contra
los dogmas, así mismo tuve una fascinación por apostar por imposibles y
defender causas perdidas, conductas que le llevaron a lograr una gran
aceptación en el mundo pero que a su vez gradualmente me separaron de mi
interés original.
Tal como sucede en las religiones que interpretan palabras
de mesías difuntos, yo también creé un dogma que se alejaba de las intensiones
que ella tenía para el planeta, y por el contrario, terminé esperando que ella
aceptara esta ideología como una versión mejorada de lo que ella podía hacer
por el mundo. Algún día me dijo que si lo único que tenía era ella, no podría
ofrecerle nada nuevo, y era cierto, no podía incorporarle nuevos sentimientos a
sus experiencias. No obstante apliqué mi desarrollo del modo equivocado, ella
quería a una persona que partiendo de su originalidad le pudiera ofrecer caracteres
complementarios a los suyos, alguien que pudiera convertirse en una compañía agradable
y que pudieran mantener un desarrollo armonioso y mutuo. En cambio yo,
partiendo de mi necesidad por su compañía me dediqué a buscar unos ficticios
méritos que sirvieran como motivos para que ella fuera mi compañera, así pues,
si no era la persona que más se acercara a su hombre ideal, al menos pensé que
podría convertirme en el más digno. Pero los sentimientos y las personas no son
máquinas, ni es natural condicionar correspondencias amorosas, para cuando me
di cuenta de ello ya tenía tan arraigada una costumbre de reclamos y análisis
de errores que dificulta cualquier estancia, descubrí la fórmula de que a mayor
preocupación menor confianza.
Y es que buscar la perfección constantemente implica precisamente
lo contrario a la primera regla que ella me manifestó, “apreciar las cosas por
ser precisamente lo que son”.
Hoy han pasado 13 años desde que entré a un mundo amable que
me ha acercado a personas destacables, interesadas por el bien común y el
desarrollo del hombre como un ser humano, no uno “desanimalizado” y
antinatural. En estos 13 años me cerré a destacar los logros de ese pensamiento
y descuidé el vínculo de humano con positivo. Olvidé destacar que un humano no
es quien se separa de la naturaleza u otras especies, sino el ser que utiliza sus
capacidades físicas y mentales para convivir en armonía con el entorno dentro
de su vida de hombre. Había tantos ejemplos de buenos hombres, había tantas
virtudes humanas para destacar, muchas capacidades que solo el hombre poseía
para ser creativo, empero en el campo de los merecimientos reduje y me uní a
los que hacen pensar que los hombres somos seres de consumo.
A veces siento que los errores se pueden corregir, otras,
sigo el pensamiento renacentista que dicta que no hay que enfatizar los errores
sino apreciar la belleza de estos detalles en sí, hoy vivimos en una época
donde se llama error a lo que no satisface un objetivo concreto, incluso el
arte no se escapa de ello y se enfatiza su resultado o su propósito dejando de
lado a la propia expresión.
Siento que hoy, 13 años después me he dedicado a delimitar
lo que puedo ofrecer en lugar de mostrar hasta dónde puedo llegar y dejar las
puertas abiertas para que ella disponga de lo que guste, siempre y cuando pueda
apreciar en su más sincera expresión mis cualidades para que sepa elegir
exactamente lo que necesita. Hoy después de tanto tiempo, las cosas no nos han
salido como esperábamos, enfrentamos situaciones más complejas que cuando
niños, y no podríamos tratarlas con el mismo temor que entonces. Por ello mi
preocupación, porque aunque las cosas sigan igual de mal, sigo sin la
distancia adecuada entre corazón y
cerebro como para decir un “te quiero” y que realmente pueda servir como apoyo,
como vínculo agradable y equilibrio.
En este aniversario, creo no me queda más que reflexionar
con respecto a las maneras en que debería estar agradeciendo llegar a este día,
y replanteando el modo de ofrecer mis razonamientos, lejos de evaluar
resultados palpables. Porque en el fondo mi deseo, más que besarla para
encontrar la paz, es que ella pueda soñar con ese lugar donde florecen las
buenas acciones.