Introducción
Kant
es por excelencia el crítico universalista, es decir, someterá todo acto
inteligible a juicio partiendo de la perspectiva que cada caso no es
independiente en absoluto, pues pertenece al todo como una parte cuyos
movimientos y existencia alteran el movimiento universal mediante a una
oportuna intervención de la trascendencia.
Es así que al hablar del modo en que un individuo se comporta con respecto a su
alrededor, no parte de una postura egoísta en que este pueda conformarse con su
propia perspectiva conforme a su contexto, sino que su existencia y
universalidad generan la necesidad de la aplicación del juicio.
En
el texto ¿Qué es la ilustración? Él
nos muestra una vez más su inclinación por el giro copernicano, pues, al quitar
al individuo del centro de la atención y colocar en su lugar al mundo, retrae
su existencia en posibilidades de condiciones y la elección de actos conforme a
ellas. El hombre pues, no es una entidad ajena al curso general de las cosas y
por consecuencia, su existencia puede ser favorecida o no por el entendimiento
ajeno.
No
obstante, el individuo no se encuentra sentenciado a seguir ciegamente una
causalidad, ni dejarse a la deriva de un actuar colectivo, puede él participar
de modo consciente de manera satisfactoria, siempre y cuando se sirva de su
propia razón, no como una posesión en la que la verdad en él es absoluta, sino
como una elección por aquello que coincida de manera congruente con la armonía
general.
Por
ello declara: “¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!"[1]
Ya que, si el fin de la ilustración es liberar al hombre de una culpable
incapacidad, solo puede alcanzarlo capacitando al hombre, y alejarlo de culpas
responsabilizándolo, la valoración de la responsabilidad será conforme a la
aplicación del intelecto y no a una correspondencia con el orden impuesto.
Trascendencia
El
actuar del hombre no puede ser tratado del mismo modo en que se tratan los
asuntos científicos, el hecho que el hombre esté delimitado por el espacio,
tiempo, o las categorías, no implica que este sea un ser por completo
dependiente, pues, en anteriores textos Kant nos muestra que aún en un orden
natural, el mundo inteligible es autónomo, y la razón nos permite acceder a él
y a la vez proyectarlo en la experiencia. Es por ello que antes de abordar por
completo el tema de cómo “debe actuar el hombre”, hago menester la valoración
de la moral ajena a una ciencia social y encaminada a una disciplina, porque a
pesar del trato que se le dé como objeto de estudio, se conforma de una serie
de acciones que corresponden a una constancia. Así pues el hombre al actuar se
sirve de la ley moral como instrumento para el uso práctico de la razón como
principio, y no como reacción doctrinaria.
La
universalidad al contener a todo ente humano en una relación inquebrantable manifiesta
la idea que “a cada acción corresponde una reacción”[2]
y el hombre al participar en la naturaleza, puede mediar la relación de sus
actos con las consecuencias que tendrá con sus iguales. Y es aquí donde se
manifiesta la necesidad del juicio, el deber sobrepasa las condiciones de
contexto y se considera un argumento a
priori para que a partir de él se haga el uso práctico de la razón.
Los
actos entonces pertenecen a un orden empírico y la deliberación sobre ellos a
uno racional donde el deber es el marco natural, así vincula los motivos con la
moral y ya no basta el estudio social, sino la aplicación de la razón en una
disciplina práctica de la moral.
¿Qué
es la ilustración?
Kant
define la ilustración como un proceso en que el hombre se libera de una
culpable incapacidad, incapacidad de decidir, mas no de actuar, pues el acto es
en facto consecuencia de su existencia misma, pero el modo en que se dirige el
acto es mediado por el juicio sobre este conforme a la repercusión en su
espacio exterior. Por ello no señala su momento histórico como la conclusión de
un estado ilustrado, sino en proceso de ilustración, porque continua
desarrollándose dentro de una temporalidad no finita. Más que poner en duda las
capacidades de la época, Kant propone el desarrollo de la misma conforme a la
vista en el futuro.
La
moral vista como ley natural no se reduce a establecer criterios
incuestionables, sino a plantear normas para revisarla constantemente, se trata
de una evaluación variable que avanzará conforme a los actos humanos habidos y
por haber.
Sin
la ilustración, es inevitable que haya un círculo vicioso, pues el individuo
actuaría conforme a sus motivos basados en el placer, y ante un panorama
insatisfactorio podría revelarse y alcanzar una solución ilegítima, que
satisfaga momentáneamente el enojo pero que posteriormente generará nuevos
conflictos, evitando así llegar a un arreglo definitivo, además estaría
partiendo de la perspectiva unitaria, lo cual deja fuera la conciencia de las
necesidades de otros que, al igual que el revolucionario, también
corresponderán a la realidad con base en sus propias necesidades.
Es
así como la moral sirve de vínculo entre el sujeto y el objetivo general que se
manifestará como paz perpetua.
En
esta reflexión Kant separa el uso de la razón en un aspecto práctico como
manifestación en un orden público y uno privado. El primero corresponde a los
actos en que el sujeto se manifiesta como parte de un esquema ordenado en que
desarrolla una función definida por las leyes morales, es decir un cargo donde
sus decisiones afectan directamente a la estructura de convivencia general.
En
el uso de la razón pública, el individuo no puede anteponer su perspectiva
sobre el derecho ajeno, es capaz de actuar conforme a su voluntad pero implica
desestabilizar o afianzar el trabajo de la comunidad. Como ejemplo utiliza al
militar, que puede discrepar de una instrucción y no obstante acatarla con
plena conciencia de sus facultades y conciencia de su propio lugar en el orden
general.
Esto
nos plantea una problemática sobre la libertad de expresión, pues si los
individuos son capaces de ejercer la razón, también podrían manifestar las
observaciones que mejoren el camino a un bien común. Esto lo resolverá Kant
planteando como derecho el uso de la razón en un ámbito privado, es decir que
el individuo se podrá manifestar de un modo distinto fuera de su cargo conforme
a sus capacidades, como militar no puede oponerse a la instrucción dada, pero
como ser racional en un espacio exterior puede manifestar sus juicios sobre la
congruencia con el bien común, y a su vez esta manifestación repercutirá en
decisiones colectivas futuras con base en la concordancia con la razón.
La
capacidad de actuar si es bien una consecuencia natural, el cómo se dirigen los
actos y las intenciones de estos pertenecen a un ámbito racional, donde la
mediación del juicio conforme a la ley moral genera el aspecto de libertad. El
hombre es libre, pero sus actos tendrán consecuencias, por ello debe ser
evaluada cada decisión conforme a la conciencia del espacio exterior.
El
uso privado de la razón tiene cabida en los actos de formación de una población
que los evaluará para incorporarlos a los usos públicos futuros, y así se
permite una revisión constante que evita caer en un absolutismo doctrinario,
haciendo de la ilustración un proceso de finalidad y no un fin impuesto.
Diferencias
entre voluntad y mecanicismo
A
pesar que el hombre pertenezca a un orden, no implica que literalmente sea un
engrane de un mecanismo ortodoxo, pues si Kant homogenizara al la humanidad de
este modo, imperaría el orden natural como un espacio donde las deliberaciones
son únicas e incuestionables, retirándole al hombre su capacidad de libertad y
condenándolo a una finalidad establecida e inevitable, sería decir que los
actos cometidos no pudieron ser de otro modo y necesariamente ocurren aciertos
y errores ya pronosticados. En cambio, si permitimos un libre arbitrio, el
hombre sobrepasa las condiciones naturales para hacerse poseedor de ellas y
adquirir autonomía.
En
este sentido considero necesario diferenciar las causas de los actos a partir
de sus orígenes, señalando la existencia de motivos
y motivos morales[3], los motivos a secas corresponden a satisfacer intereses placenteros,
tales como lo son el reconocimiento o la repercusión inmediata, mientras los motivos morales son originados por la
valoración de las necesidades colectivas.
En
un caso podríamos señalar a dos individuos que realizan un servicio, en él
ayudan sin recibir pago alguno a gente vulnerable. Uno de ellos actúa considerando
que es necesario para la comunidad apoyar a los necesitados para facilitar el
progreso común, y encuentra en su buena
voluntad un medio para alcanzar el bienestar necesario en su comunidad. Por
otro lado su compañero actúa esperando como recompensa el reconocimiento a su
caridad y entrega con alguna correspondencia sentimental.
Kant
señala con el uso de la razón la diferencia entre los motivos en este caso,
pues aunque están estrechamente ligados los individuos por realizar la misma
acción, la valoración del resultado es distinta entre los sujetos, el primero evalúa
su uso práctico de la razón promoviendo el bien común, ha decidido enfocar su
existencia conforme a las necesidades del entorno, en cambio el segundo
individuo reacciona mecánicamente al estímulo de necesidad de reconocimiento,
es decir, el primero actúa conforme a una voluntad propia y discernida por el
juicio, y el segundo reacciona ante una oportunidad. La primera persona no
actuó por un motivo como correspondencia, sino por una motivación moral, en
cambio la segunda solo correspondió a un motivo determinado fuera de sí.
Libertad
En
el pensamiento kantiano, hemos revisado constantemente los vínculos entre la
realidad y el entendimiento, y podemos encontrar que todo aquello a posteriori resulta dependiente de las
condiciones, su determinación no puede ser autónoma, y sobre ello no podríamos
fundamentar principios de libertad pues, a su vez la libertad sería un concepto
derivado. Sería tomar tal cual la frase “Rasonad
todo lo que queráis, y sobre lo que queráis, pero obedeced”[4],
sería anteponer el actuar al pensar, dado que la importancia recae en el acto,
y no en la decisión.
Para
poder delimitar la idea de libertad de manera que satisfaga sin paradojas al
uso de la razón conforme al bien común, necesitamos emancipar la importancia de
algo dependiente y basarlo en aquello que podemos llamar sin problemas
independiente, es decir, nouménico o
independiente de la experiencia. Como ya habíamos planteado en párrafos
anteriores, el mundo inteligible es autónomo, y su uso como referente permite
una valoración imparcial. Si se considera como premisa el uso del deber en un
aspecto meramente práctico, el acto moral solo sería una postura subjetiva, no
obstante al tomar un referente general hace objetivo.
Así
pues la voluntad mantiene su libertad ante los prejuicios impuestos, las
condiciones espaciales y temporales, y al adoctrinamiento, queda dispuesta a la
valoración personal sobre un panorama general, la libertad no está
condicionada, solo se delimita conforme a la capacidad racional del individuo.
Conclusiones
Después
de la evaluación de la postura Kantiana del actuar correspondiente a la razón,
no puedo evitar entender al deber como un ejercicio práctico de una naturaleza
inteligible, la mediación de actos conforme a necesidades y no la simple
reacción estimulada.
Menciono
las características que debe cumplir la evaluación de un motivo moral:
Racionalidad: El motivo moral tiene
que surgir de la razón pura del individuo, en cambio no puede provenir de sus
impulsos, emociones, sentimientos, deseos, etc.
Universalidad:
El motivo detrás de las acciones morales tiene que ser tal que todos los seres
racionales sean capaces de experimentarlo, sin importar las condiciones
particulares y la situación emocional en que se encuentren.
Necesidad:
Dado que todos los seres racionales, en tanto tales pueden experimentar ese
motivo, entonces podemos fincar sobre él la normatividad.
Aprioricidad:
Dado que ese motivo no es de origen empírico, sino racional, lo conocemos a
priori, con independencia de las diferentes sensaciones o emociones que
experimentemos en un momento determinado.
Autonomía: Este
elemento tiene que ser generado solamente por nuestra voluntad sin ningún tipo
de condicionamiento externo.
El libre uso de la razón entonces no está encadenado a un
determinismo conforme a condiciones inapelables, puede ser mediado a voluntad
propia, y aunque irremediablemente va dirigido al fin común, la diferencia de
los entendimientos permite una identidad del actuar. La razón práctica no es un
fin, sino una finalidad.
[1]
Kant toma esta frase como lema absoluto de la ilustración, pues, la ilustración
libera al hombre de actuar ciegamente apegado a las normas impuestas, y le
permite elegir, siempre y cuando lo haga mediante un razonamiento justificado
en la valoración de la trascendencia de sus propios actos.
[2]
La postura universalista kantiana coincide en principio con la propuesta
científica de Newton en que los objetos, por el simple hecho de existir se
manifiestan interactuando con su rededor. El físico inglés propone las “leyes
naturales” como principio de la relación acto – consecuencia.
[3]
Para no separarnos de la propuesta kantiana, se considera la participación con
razón como aquella que se motiva por la moral y no por apetitos, señalando la
diferencia entre actos deliberados mecánicamente y aquellos que se consideran
mediante la razón.
[4]
Kant señala esta paradoja como un recurso para mostrar una posible
interpretación sobre el uso del juicio público y privado en donde el peso recae
en el aspecto meramente fenoménico, mediante la concordancia directa entre el
pensar y los actos.
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