Es necesario haber sentido el
aire golpeando tu rostro y cada extremidad de tu cuerpo en la caída libre,
imagina el rebufo sacudiendo tu ropa con la más violenta de las fuerzas,
haciendo que tu abrigo te golpeé en el pecho y tus ropa interior te amenace con
quedarse flotando en el aire y despedirse de ti y tu cuerpo que se convierten
en un peso que cae para quedar como algo sin forma, algo sin esencia, sólo una plomada meteórica que sirve para
señalar la diferencia entre arriba y abajo, un proyectil que deja una estela
que adorna el firmamento con rastros de alegría y adrenalina. Imagina un salto
mortal y tu peso multiplicado por la gravedad más la distancia de la torre más
alta que conozcas, súmale el peso de tus sueños, agrega la desesperación que
experimentes cuando pierdes el control, suma la fuerza del golpe que Heracles
tuvo que propinarle al león más imponente de la galaxia, el impacto de un rayo
recién creado por un gigante y puesto en la mano de Zeus para que lo chocara
contra el pecho del mismísimo tiempo, agrega el peso de aquel gato que no pudo
levantar Thor cuando fue retado por el Rey Gnomo, La pirámide de Gisa que
alberga milenios de huesos y poder, la misma que apunta al cielo como si se
tratara del índice de la propia tierra. Imagínate cayendo de la torre de
Babilonia, cayendo a una velocidad tal que ni mercurio no pudiera llegar a
salvarte, que si Pegaso cruzara en tu camino lo atravesaras como la lanza de
Longinus atravesara la piel del Cristo, cual lienzo de seda perforado por los
clavos y las espinas, así cualquier escudo hecho por Vulcano podría resistir lo
que le resiste el aire a un rayo… Imagínate que al terminar de caer te
rompieras como pompa de jabón.
Si has sentido como el agua te
cubre y te pierdes sin sentir piso alguno, si has experimentado el perder tu
peso y disolverte en litros y litros de mar eterno, eso, así se siente mirarle
los ojos.
Mirarle caminar fue más embriagador
que una orquesta de sirenas, más seductor que docenas de geishas jugando en mi oído
con dientes de león, más erótico que una lengua limpiándose los labios después
de comer chile. Dime si no correrías como yo tras ella, nervioso de pensar que
sus ojos de hielo y cielo podrían escupir fuego, porque su cadera daba
latigazos de fuego y sangre en el camino, derribaba árboles, negocios, montañas
a su paso, derribaba hombres, sueños y voluntades. Ella era el Raganarok, era
el azote perfecto que el destino enviaba para matar a todos los dioses, era el
castigo perfecto, era conciencia, un carro de fuego cullas rueras destruirían
cualquier credo y a cualquier campo lo aplanarían para que sólo creciera el
árbol de la vida, después de ella sólo podría haber dos, y cualquier resultado
era la muerte si esos dos no éramos ella y yo.
Y cuando giró su cabeza yo salí
volando, con la furia de un tornado mi memoria vació la petición que le haría,
sólo quedó un cuerpo que tartamudeó por ella… Es cierto, el mundo terminó y
sólo quedamos ella, el árbol de la vida y yo. Ni la sombra de la noche
oscurecía tanto como como la del árbol del bien y el mal, no obstante, el fruto
de ese árbol no se veía más apetitoso que una sola imagen mia un solo segundo
en sus labios.
Pensar que el ciclón fue un
accidente que ha hecho que ahora por las mañanas tras el amanecer, cuando ella
me dice “hola”, ni todos los vientos del Midgard puedan arrasar con todos los
árboles que nos rodean tan rápido como lo hace ella. Y esa sonrisa que me
estremece diciendo mi nombre mientras me devoran sus ojos.
Ella es el sueño de Odín, es el
invierno, es el fin de todos los años, ella es Ragnarok, ella es el fin del
mundo, el ocaso de los dioses, la brisa más helada, la espada que me separa un
solo segundo del mundo, es la muerte en pequeño, es ese sutil y fugaz placer.